Raúl Guillermo Weihmuller (1941-2015) Egresado como abogado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires en 1972, transitó el ejercicio profesional por más de cuarenta años en San Isidro -su lugar en el mundo-, rodeado indefectiblemente de colegas y amigos. Acompañó institucionalmente al Colegio como Consejero Titular (1984-1988).
Promotor de diversas actividades culturales, fue participante activo de muestras plásticas e integrante del Jurado de premiación del Salón de Pintura del Abogado. Su don de gentes y comunicación lo destacaron infinidad de veces como Maestro de Ceremonias en las celebraciones más importantes de la Institución.
Supieron los amigos disfrutar -durante muchos años- de su compañía y proverbial conversación durante los almuerzos en el Restaurante del Colegio.
Sus restos serán sepultados hoy a las 13:00 en el Jardín de Paz.
Dijeron sus colegas amigos:
Raúl, “el Alemán” para sus amigos que fueron tantos, partió con su hidalguía acostumbrada y con el señorío que, por derecho propio, fue su distintivo durante los años en que su alegría contagiosa estuvo entre nosotros.
Cómo hacer para reemplazarlo, si él era irreemplazable; cómo llegar a Tribunales y acostumbrarnos a no verlo como antaño –café en mano- aguardando al amigo; o a diario en los concurridos mediodías del restaurant del Colegio, donde animaba con su humor y su distinción innata las nutridas reuniones con sus colegas.
Nos faltará el artista más que el abogado. Porque Raúl era más cercano a sus pinturas que a los códigos, más afín al Arte con mayúsculas que a los autos interlocutorios. Si inquietud artística y su vocación fueron los inspiradores del ya célebre Salón de Pintura del Abogado, que ya lleva más de treinta ediciones en el Colegio, apenas despunta cada año la primavera, coincidiendo con su cumpleaños.
Raúl fue una acuarela prolífica, amigo fiel y leal compañero en las buenas y en las malas. Jamás rehuyó la solidaridad y la ayuda a quienes necesitasen de consejo sabio y de su visión distinta.
Era un bon vivant, por cierto; un amante del buen vino, un personaje familiero, cálido y contenedor que iluminaba cada espacio por donde deambulaba.
Sus obras –muchas de las cuales ornan orgullosas las paredes de su querido Colegio- apenas serán una pincelada que nos arrime su memoria perenne, su alcurnia irrepetible y su alegría de vivir mientras pudo.
La muerte- quizás celosa de nuestra amistad- quiso castigarnos y se lo llevó anticipadamente a su Valhalla, desde nos alumbra con el brindis inefable de su recuerdo.